En la árida tierra de Peazia, los escasos habitantes que lograban sobrevivir hasta el siguiente día lo hacían exprimiendo la tierra hasta sacarle agua.
Ingenieros de la vida en condiciones infrahumanas, expertos en supervivencia, exploraron Peazia hasta donde no había llegado ser alguno. Descubrieron
Unos cuántos valientes decidieron venir hasta aquí para fundar aldeas. ¡¡¡AQUÍ ESTAMOS!!!, colonizando. Pronto el grueso de nuestro pueblo vendrá con nosotros.
Somos desconocidos en ésta tierra. Nadie de éste mundo se había atrevido jamás a recorrer el camino de muerte y desolación que une Peazia con Travian Land... algunos caminaron durante meses provistos de víveres sólidos y líquidos para tan duro viaje. Abandonaron en medio de la más absoluta soledad, ya era demasiado tarde para volver a casa, no resisitirían el camino, y no sabían dónde acabaría el que llevaban. Abandonados a los carroñeros, cerraron los ojos y esperaron la llegada de su muerte. Fue lenta... las alimañas de Peazia te mantienen con un hilo de vida hasta que sólo te queda el corazón; te van devorando lenta... implacablemente, con maestría desgranando tu cuerpo, manteniéndote vivo para que tu carne esté fresca. Al final, tu corazón PIDE morir.
Así empieza la historia de nuestro protagonista llamado PEAZO. Un chico joven, fuerte y muy bien mirado en su tierra, que un día, sumido en la desesperación decidió salir de ella y encaminarse a “aquello que el viento llama TRAVIAN”. El fallecimiento de sus padres a manos de bestias nocturnas de Peazia, fue el motivo de que su vida careciera de sentido, y fiel a su carácter luchador, su primer pensamiento fue salir en busca de las formas de vida que habían terminado de hundirle.
Equipado con un pequeño carro atado a la cintura, comenzó su viaje sin decírselo a nadie, en solitario, de la misma manera que se había quedado huérfano; ya no le quedaba nadie de quién despedirse. En el carro llevaba cecina y agua en cantidad, no sabía cuánto tiempo estaría fuera en busca de su caza. En su mente una idea: VENGANZA.
Dormía de día y caminaba de noche, buscando los restos y pistas de los descorazonadores animales que le arrebataron su pasado. A los veintiocho días, captó en el aire un sonido, un quejido… se dirigió hacia el norte, donde parecía haber sonado, caminó casi media hora, cuando divisó una gruta… el sonido venía de su interior. Aventurado y valiente, Peazo se pertrechó en las inmediaciones de la cueva, cavó un agujero en la arena (a falta de vegetación, sería el mejor escondite, pensó), y comprobó que cupiera su cuerpo al completo; luego, preparó una caña para respirar y que el extremo saliera debajo del carro que llevaba para no ser descubierto… esperó la caída de la noche.
La tarde avanzaba implacable, el sudor frío de la intranquilidad y los nervios recorría la frente de Peazo; estaba deseando que se hiciera de noche… nadie que haya visto a éstas fieras había sobrevivido para contarlo. El momento se acercaba, y estaba solo ante ellos, sin un plan, sin ayuda, sin más deseo que la venganza. El sonido que le martilleaba desde hace horas comenzaba a ser más débil, señal que las fieras estaban despertándose. Era el momento de comenzar a enterrarse; había escogido como lugar, justo a la derecha de la cueva, sobre la abertura de entrada, colocando su carro en el lado opuesto, pensando que la curiosidad de verlo allí distraería a las fieras del lugar donde él estaba oculto.
Llegó la noche… y con ella, sonidos de chasquidos de huesos, gruñidos y bostezos que, incluso bajo tierra, eran perfectamente audibles y terroríficamente amenazantes. Las fieras estaban a punto de salir de su cueva en busca de habitantes de Peazia. Ésta vez, Peazo iba a tratar de impedir que, al menos una de ellas llegara a su destino nocturno, sangriento y traidor. Peazo podía oír su propio corazón que suplicaba por salirse del pecho en sus convulsiones, parecía como si fuese capaz de desatar por sí mismo un terremoto, estaba alterado, nervioso, amedrentado y casi arrepentido de la absurda idea que había tenido… al fin y al cabo, la vida sigue y las expectativas son las de mejorar en ella, no las de condenarse a una muerte segura y suicida como él había hecho. Si pudiera, en éstos momentos, salía de su escondite y se iría para su casa, a refugiarse en el sótano comunal que sus padres siempre se negaron a hacer.
Pertrechado bajo su escondite, y dejando fuera únicamente el tubo de respiración bajo su carro y un minúsculo agujerito para mirar por uno de sus ojos, las bestias aparecieron ante sus ojos… primero una, dos, tres… luego cuatro, y, finalmente cinco. Cinco ejemplares de bestias. En un primer análisis, Peazo vió que no eran demasiado grandes, apenas metro y medio de altura, y unos ochenta kilogramos de peso cada una, no podía distinguir los machos de las hembras, era la primera vez que veía criaturas semejantes: horribles, fétidas, aún con restos de sangre en sus fauces, las BABOSERAS (así las bautizó por la caída constante de líquido salivar de sus hocicos) olfateaban el aire, gruñían y se demostraban unas a otras quién era la más fuerte.
Peazo los observó detenidamente, movimiento por movimiento, reacción por reacción, intentando conseguir que su corazón dejase de hacer ruido. Notó que su respiración se tornó alterada, respirando demasiadas veces por segundo, y demasiado rápido… aquello podría hacer peligrar la seguridad de su escondite, sin duda, aquellas baboseras debían tener los sentidos muy agudos.
Las baboseras resultaron ser animales curiosos en exceso, estuvieron durante horas mirando, tocando, olfateando aquél extraño carro que había aparecido ante su gruta. Una de ellas, mordió una rueda para ver si era comestible, arrancándola fácilmente, sin esfuerzo, como si fuera de plastilina; esa rueda, fue construída con madera de roble, y finalmente tratada con el fuego para endurecerla. ¡No le costó nada hacerla astillas!, seguro que sus colmillos podrían hacer polvo las piedras más duras. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Peazo: había dejado de sentirse seguro.
Los días de Peazia duran apenas cinco horas, y la noche estaba a punto de terminar, las baboseras esa noche no habían cazado a nadie, y eso hizo que Peazo comenzase a tener ciertas estabilidades emocionales dentro de su escondrijo, comenzó a mover su materia gris en pos de un plan para destrozar a las baboseras. Sí, sería por el día, durante las casi tres horas que tenía de luz… ahí podría atacar, esos animales son nocturnos y el factor sorpresa sería su aliado… su autoconfianza comenzó a restablecerse. Una nueva sensación estremeció a Peazo en su escondite… las baboseras desburieron debajo del carro su tubito para respirar… la inseguridad de adueñó de nuevo de los miedas de Peazo por sobrevivir… estaba tan cerca de conseguir el objetivo… una babosera comenzó a olisquear el tubo, y con los resoplidos éste quedaba cada vez más al descubierto… comenzaba a verse la doblez de la caña hacia la posición del escondite… Peazo temía que con su respiración, la babosera descubriera que había humanos en las cercanías y comenzaran a buscarle.
Por suerte, el sol comenzó a lucir por el horizonte, y las baboseras volvieron a su cueba… un sentimiento de paz y tranquilidad se adueñó de Peazo, que estuvo a punto de desmayarse unos minutos antes debido a la presión que había tenido que soportar con anterioridad, y que casi hizo que tirara la toalla para acabar con ese sufrimiento y ser devorado de una vez por todas.
El sol iluminó todos los rincones de Peazia, y Peazo estimó que una hora después de que las baboseras se habían ido a dormir, era el momento preciso de salir de su escondite y hacer realidad su plan… durante esa hora había planeado todos los movimientos habidos y por haber que las baboseras pudieran hacer cuando él entrara en la cueva. Era perfecto, o al menos eso pensaba él. Lo primero fue cavar un agujero a la entrada de la cueva, lo que le llevó casi una hora. Una vez conseguido, cogió los trozos de la rueda que habían quedado, y los clavó en el fondo del mismo, destrozó su carro y utilizó los palos de punta sobre el mismo sitio. No cabían todas las baboseras, al menos no todas en la superficie, una de ellas quedaría encima de las demás y no sería víctima en la trampa, sino que podría salir y atacarle a él… y no tenía de defensa más que un cuchillo… aún así, su plan era perfecto… atacaría a una de ellas con el cuchillo mientras dormían, y las otras caerían en el agujero contra los palos de punta, muriendo sin remisión.
Le quedaba, apenas media hora… y aún tenía que entrar en la gruta y buscar el sitio donde dormían, cortar el cuello de una de ellas, correr y rezar para que cuando él saltara las demás fenecieran en su trampa.
Colgó una cuerda sobre la boca de la cueva, y se adentró con la incógnita de si volvería a salir; no le quedaba mucho tiempo, en menos de un cuarto de hora, el sol se pondría, y las bestias se volverían a despertar, la cecina que habían comido la noche anterior era insuficiente para mantenerlas sin hambre. Debía darse prisa. Siguiendo el sonido con el que las descubrió, Peazo iba tomando los recovecos que la cueva le presentaba, observando que se trataba de una sola galería, sin ramificaciones. Llegó a una estancia más amplia, donde observó que las bestias dormitaban unas encima de las otras, juntas, arremolinadas, como si de una familia amorosa se tratara; eso denotaba que entre ellas se llevaban bien, y que se defenderían a toda costa en caso de ser atacadas… justo el caso contrario a la situación personal de Peazo…
No se lo pensó… llegó hasta ellas midiendo los pasos, y mirando dónde ponía los piés, para no hacer ruido… despacio, conteniendo la respiración, sacó el cuchillo y rajó el cuello de la que más cerca estaba de él, hundiéndolo con todas sus fuerzas… hizo tres cortes antes de que se moviera, consiguiendo que la sangre brotara a borbotones. Una vez que la fiera soltó el primer lamento, Peazo dejó el cuchillo clavado en el cuello y comenzó a correr por la larga galería, que había calculado que tardaría en correr sobre dos minutos aproximadamente… todas las fieras despertaron… vieron lo que ocurría y olieron y oyeron a Peazo dentro de la galería… rápidamente, se encaminaron todo lo deprisa que podían hacia la salida sedientas de dar caza a quien hubiera osado atacar a uno de sus hermanos… Peazo corría y corría hacia fuera sin mirar atrás, no quería saber la distancia que les sacaba, si le alcanzaban, sus zarpas acabarían con él sin darse cuenta y no quería sentir la angustia de verlas acercándose… prefería esa incógnita… confiaba en su plan, pero quizá la galería fuese demasiado larga y le asaltó la duda de no haber comprobado la rapidez de movimientos de las baboseras… no sabía qué velocidad podrían alcanzar…
La noche había caído, y no podía ver dónde estaba el final de la gruta, no sabía cuánto le faltaba porque no apreciaba ninguna luz al fondo… oía los gruñidos de unas y los quejidos de la otra tras sus pasos, y le daba la impresión que cada segundo estaban más cerca de él. Por fin… por fin llegó al final, y notó la cuerda… se subió rápidamente por ella hacia la parte alta de la boca de cueva, y recogió la cuerda… esperó que llegaran… fueron unos segundos interminables… tres o cuatro, a lo sumo, pero se le hicieron eternos… finalmente, las baboseras, ciegas por la ira y la sangre de su hermano mortalmente herido, salieron en tromba fuera de la cueva, cayendo al agujero que Peazo había preparado con los palos en pincho… las cuatro supervivientes habían quedado clavadas en ellos, y Peazo bajó de donde estaba escondido para observar el triunfo en directo.
Estaba exultante… ¡les había vencido!, había ganado a aquellos seres despiadados… los cuatro estaban clavados en su trampa, retorciéndose y quejándose, heridos de necesidad, y sin nadie que les ayudara… era el momento de tapar el agujero con arena y que, finalmente, perecieran lentamente, en su dolor, igual que ellos le habían inflingido a él cuando destrozaron a su hermano mejor, a su prometida, a sus padres…
Así lo hizo; Peazo cogió la pala y comenzó a echar arena sobre los cuerpos que se retorcían a cada palada… en verdad estaba disfrutando del final que les había dado, no por el sufrimiento que les estaba haciendo pasar, sino porque su plan había salido a la perfección. Había sido más listo y valiente que ellos, “¡al fin y al cabo son animales!”, se repetía él… “lo normal es que la inteligencia gane a la fuerza”…
Tenía el agujero casi tapado, y los gruñidos de protesta de los cuatro enterrados en vida comenzaban a ser muy débiles, señal estupenda para el propósito de nuestro protagonista. Se sentía héroe, ¡sí señor!, todo un héroe… y le apenaba que nadie lo hubiera presenciado para que lo contara en Peazia. Cuando más relajado estaba, pegó un sorbo de agua, y se sentó a esperar que los quejidos se apagaran… ya eran casi inaudibles… muy débiles… hasta sintió, en cierto modo, compasión por aquellas baboseras. Pensó, incluso, esperar a que estuvieran muertas para arrancarles las cabezas y llevarlas a Peazia… eso le haría héroe en su tierra… pero lamentablemente no le devolvería a sus seres queridos.
Se hizo de día… Peazo decidió vagabundear por Peazia en busca de un nuevo lugar para vivir tranquilo… y justo cuando estaba decidido a empezar la marcha, un sonido le sobrecogió… era un gruñido rabioso a pocos metros de su espalda… la babosera que había acuchillado en el cuello estaba plantada de pie, a su espalda, con los ojos inyectados en sangre, babeando, y terriblemente nerviosa… Peazo retrocedió unos pasos, cogió la pala que había usado antes, y de un certero golpe, acertó en el cuchillo que aún llevaba la babosera en el cuello clavado… un nuevo litro de sangre salió disparado del cuello de la babosera, y ésta se quejó del ataque sufrido, Peazo volvió a golpear en la cabeza a la fiera, y ésta comenzó a sangrar por la boca… se puso a cuatro patas… estaba temblando… sus patas no soportaban el peso… se desploma… se cae, gruñe, protesta… Peazo se vuelve loco y golpea repetidamente con el canto de la pala el cuello con el cuchillo de la babosera hasta desprender la cabeza del cuerpo… finalmente, cae rendido al suelo… AHORA SÍ QUE HABÍA VENCIDO.
Comenzó su vagabundeo por Peazia sin rumbo fijo… sumido en sus propios pensamientos de lo que había acontecido… vagó durante mes y medio, comiendo cualquier cosa que veía moverse, le daba igual aspecto, clase o cantidad… perdió mucho peso… perdió la esperanza en más de una ocasión…
Un día, escuchó un murmullo… ¡sí!, eran voces humanas, había más gente en Peazia, no sabía en qué parte estaba, pero había encontrado una tierra fértil, veía árboles, agua, una muralla… ¡¡¡ERA UNA CIUDAD!!!, allí le ayudarían, contaría la historia y les diría que ya no tenían que temer a las baboseras… les enseñaría la cabeza en descomposición que se había traído como trofeo…
Al llegar, comprobó que no era Peazia, en las puertas de las murallas ponía TRAVIAN LAND… no era su tierra… deseó que en esa nueva tierra no existieran las fieras de las baboseras… no había centinelas en las puertas, (eso le alegró, así se evitaba dar explicaciones para entrar), y se adentró en el nuevo mundo…
Su primer día allí le enseñó varias cosas:
1.- Era un mundo de ciudades.
2.- No había baboseras.
3.- Algunas ciudades estaban aliadas y luchaban contra un enemigo común (eso no ocurría en Peazia, donde nadie se ayudaba, y por eso desapareció).
4.- Comenzó con su casa, y empezó a evolucionar su propia ciudad.
5.- Encontró amigos. Encontró amigos. Encontró amigos… ¡¡¡ESO FUE LO MEJOR DE TRAVIAN!!!: ya no estaba solo.
6.- Era feliz… sus enemigos se batían con las mismas armas que él… por fin estaba él en un sitio donde prosperar.
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