3.5.10

PESTE EN CANTABRIA

De Alfonso Ussía...

No se habla de otra cosa en Comillas, la preciosa villa cántabra de los Arzobispos.
En el centro de la localidad, el Corro de Campíos, lugar de reunión y encuentro de los comillanos y los visitantes, Arnaldo Otegui ha comprado un apartamento junto al Corro.
Al terrorista le gusta la españolísima Montaña. Sabe que los montañeses son gente de paz. Aquí no se depura, ni se coarta, ni se secuestra, ni se presiona, ni se hiere, ni se asesina.
En un rincón del Corro, junto a la casa de doña Amanda Correa, se ubica el bar «Samovy», regentado por una familia admirable y queridísima.
Quien no ha tomado una copa o un café en la terraza del «Samovy» no puede presumir de haber estado en Comillas.
Los sobrinos de José Luis Caso llevan el negocio. José Luis Caso era comillano y creyó un día que su prosperidad la encontraría en la vecina Vasconia. En Rentería se instaló y trabajó honradamente. Se integró con plenitud en su nueva tierra. Se presentó con el Partido Popular a las elecciones municipales y fue elegido concejal. Su amor por la tierra vasca fue correspondido por los amigos de Otegui con un disparo en la nuca. A nadie hizo mal en la vida y fue asesinado por creer en la libertad, la paz y la convivencia.
A sólo treinta metros del solar de José Luis Caso, Arnaldo Otegui ha comprado un apartamento.
El problema no es que un indeseable, un criminal, un repugnante terrorista, un traidor a esa España que es tan suya como nuestra, haya tenido la jeta de comprarse un apartamento en Comillas. El problema es que en Comillas exista un propietario, o un promotor inmobiliario, o una sociedad constructora que le haya vendido un piso a semejante rata. Que se acepte sin más que el dinero del representante oficial de los asesinos sea el mismo que el dinero de una familia honrada y pacífica.
Cuando se abre el camino a la peste, todo un pueblo puede enfermar. Si se consultara a los vecinos de Comillas, el noventa y nueve por ciento de ellos se opondría a tener en la villa, como un ciudadano más, a Arnaldo Otegui. Pero el dinero es el dinero, el ladrillo es el ladrillo y las ganancias, las ganancias. El que ha vendido a Otegui una parte del suelo de Comillas es el único culpable de la tropelía.
Ya estuvo el fantoche por aquí hace años. Se alojó en una urbanización espantosa construida con el beneplácito del anterior alcalde, muy aficionado a conceder licencias. Almorzó en San Vicente de la Barquera y cenó en Quijas.
En San Vicente oyó comentarios en alta voz referidos a su madre y abandonó con sus cuatro guardaespaldas la villa marinera, precipitadamente. Es un valiente el hijoputa. No soporta ni un insulto. Ellos matan, pero no aguantan la mirada firme ni las palabras de un ciudadano honrado. Se escudan en la garantía que ofrece una sociedad pacífica. Es de esperar que una reacción ciudadana, una protesta vecinal, pueda desbaratar la indigna operación inmobiliaria.
El Corro de Campíos, cuando la tarde vence, es el paraíso de los niños. Un asesino no puede pasear tranquilamente entre los hijos de la buena gente. La propiedad ha sido registrada a nombre de un testaferro. El apartamento es de Otegui. No ha invertido en Hernani, ni en Rentería, ni en Oyarzun, ni en Mondragón, ni en Guecho, el municipio que administra su amigo el nacionalista Zarraoa. No, se ha venido hasta Cantabria, esa tierra que él llama despectivamente «España», para disfrutar. Un canalla le ha vendido unos metros cuadrados que ya están apestados. Ahí, a pocos metros de la casa de José Luis Caso.

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