Carlos II, el Hechizado, fue el último rey de la dinastía de los Habsburgo que gobernó en España y su muerte en 1700 dejó paso a los Borbones. Se dice de él que era impotente (murió sin descendencia tras dos matrimonios), eyaculador precoz, de constitución débil y corta estatura; padecía diarreas y vómitos frecuentes y tenía aspecto de anciano cuando murió con sólo 39 años. Investigadores gallegos acaban de demostrar que las relaciones de consanguinidad pudieron ser la causa de la extinción de la casa de Austria y de los males del monarca.
La dinastía de los Habsburgo gobernó en nuestro país entre 1516 y 1700. Precisamente su empeño en esos dos siglos por mantener el poder en el seno de la familia a base de matrimonios entre parientes directos pudo ser la causa de su desaparición; según explican en la revista 'PLoS ONE' investigadores de la Universidad de Santiago de Compostela y la Fundación Pública Gallega de Medicina Genómica.
Para su estudio, los genetistas Gonzalo Álvarez y Francisco Ceballos y la doctora Celsa Quinteiro han repasado el árbol genealógico de más de 3.000 individuos a lo largo de 16 generaciones; incluido el propio Carlos II, descendiente de tres generaciones de abuelos con siete matrimonios consanguíneos (la mayoría entre tíos y sobrinos o primos carnales). Su propio padre, Felipe IV, se casó con su sobrina carnal Mariana; hija del matrimonio compuesto por Fernando III y su prima María Ana.
Para cada individuo, los investigadores calcularon un coeficiente de endogamia; un valor matemático que indica la probabilidad de que dos genes sean idénticos por descendencia. Es decir, si una persona hereda una copia de cada gen de su padre y otra de su madre; en los hijos de parientes cercanos existe la probabilidad de que ambas copias heredadas sean iguales.
Similar a un incesto
En el árbol genealógico de los Austrias, Carlos II (seguido de cerca por su abuelo paterno, Felipe III) fue el sujeto con un peor coeficiente de endogamia. "El rey tenía un coeficiente del 25%, que equivale al que tendría un individuo fruto de un incesto entre hermanos o entre padres e hijos", explica Gonzalo Álvarez, que tuvo la idea de indagar en esta cuestión mientras preparaba una clase de genética evolutiva para sus alumnos de Santiago.
Ese 25% significa que una cuarta parte de su genoma era homocigoto; es decir, "que las secuencias en un cromosoma [el heredado del padre] y el otro [por vía materna] eran idénticos". Esta circunstancia ya se había relacionado hasta ahora con la susceptibilidad de un individuo a padecer diversas enfermedades; "pero nunca había visto ningún caso con un índice tan elevado", explica el investigador, que insiste en que su trabajo sólo confirma desde el punto de vista genético lo que los historiadores ya decían desde hace tiempo.
De hecho, Álvarez explica que aunque la endogamia es frecuente entre tribus actuales de África y Asia, como lo fue también entre los egipcios y otras realezas europeas (como los Borbones), es difícil que alcanzase un índice de consanguinidad tan elevado como Carlos II. "Porque la suya es una situación heredada tras los matrimonios familiares que se sucedieron durante generaciones y generaciones. Es lo que se llama una consanguinidad remota".
Sabiendo que esa homocigosis le hacía muy susceptible a ciertas enfermedades hereditarias, la doctora Quinteiro repasó todas las manifestaciones clínicas del débil monarca (muchos de ellos a través de los retratos que los mejores artistas de la época dejaron de él) para tratar de dar con las patologías que podrían estar detrás de sus padecimientos. "La deficiencia de hormonas pituitarias y la acidosis tubular renal, dos enfermedades causadas por genes recesivos, nos permiten explicar más del 90% de los síntomas que padecía Carlos II", explica Álvarez, "pero no deja de ser algo especulativo. Una hipótesis".
El arte, aliado de la genética en este caso, ha retratado a varios de los infantes de los Austrias (que sufrían una mortalidad infantil mayor que la media de su época) cubiertos de amuletos y símbolos de buena suerte para protegerles de los malos espíritus. "Ellos eran conscientes de que pasaba algo y por eso trataban de protegerles desde niños", concluye el profesor.
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