El rincón más noroccidental de Extremadura es un conjunto de montañas graníticas y pizarrosas en la que han crecido veinte pueblos. Barrera ante los "aires de Portugal", la Sierra de Gata se nutre de arroyos y regateras que han facilitado la vida a hombres, plantas y animales. Refugio de ordenes militares y belicosa línea fronteriza con los musulmanes, esta tierra serrana ofrece, presumida, múltiples miradores sobre ella misma, atractiva oferta que no se debe rechazar.
El buitre negro, el ave más grande de Europa, ejerce de centinela alado sobre las cumbres de Sierra de Gata. Disputa su inmemorial vigilancia con los ocasionales vigías que aprovechan otras alturas para divisar territorios más limitados. Así, la torre de La Almenara alarga su sombra sobre el valle del Arrago, enmarcado por las sierras de Las Pilas, Los Angeles y El Moro, aunque sus estrecheces y profundidades se vean mejor desde el Puerto de la Golosa. Y el castillo de Santibáñez observa las cumbres del Jálama, el puerto de Perales, el mismo valle del Arrago, el embalse de Borbollón y las vegas de Moraleja. Aunque, el mejor mirador sobre Gata es la Sierra de Dios Padre, en Villanueva de la Sierra, desde donde es posible ver, con prismáticos y un día luminoso, hasta setenta y dos pueblos cacereños.
Los miradores son sólo un indicio. Una señal capaz de ofrecer cierta noción sobre la identidad de la sierra gateña. Una perspectiva de remotos cauces que abren estrechos valles; de arroyos y torrenteras precipitados en violentas cascadas por laderas de negra pizarra; de enebros abrazados a la roca y pinares y huertos entre los que surge, inevitable el brezo y la carquesa, la madroñera y el jaguarzo y entre los que se han tallado poyos para hacer vivir a la viña de los afamados vinos de Robledillo de Gata y Descargamaría y al olivo de dorado aceite.
La Sierra de Gata ocupa un rincón de más de cien mil hectáreas en el extremo noroccidental de Extremadura, lindante con Las Hurdes, al este; Salamanca, al norte; y Portugal, al oeste. Se trata de un conjunto de montañas graníticas y pizarrosas de origen precámbrico que corren de noroeste a sureste alternando alturas medias, estrechos valles y una cuenca más hundida donde se acumulan arcillas, gravas y conglomerados erosionados. Su particular configuración, en la que han crecido hasta veinte pueblos, le permite gozar de un clima benigno, con una temperatura media anual de trece grados. Además, ejerce de barrera ante los "aires de Portugal", como se conoce popularmente a los vientos húmedos del Atlántico que traen lluvias abundantes.
Las abundantes precipitaciones nutren multitud de fuentes y manantiales que, al juntarse, configuran arroyos y regateras que aportan sus aguas a la cuenca del Tajo. Curiosamente, aquí surge el Malena o Malavao, el único río extremeño que vierte a la cuenca del Duero y que discurre por Robledillo de Gata y Descargamaría antes de pasar a Salamanca. Mas, las lluvias no sólo aportan numerosos cauces, sino que dan vida a robles, alcornoques, encinas, castaños, acebos, almeces, enebros, alisos, fresnos y durillos. Por su parte, la repoblación ha poblado los montes con pino resinero y silvestre y eucalipto, mientras que los incendios han favorecido la expansión del matorral.
Entre las aves destaca el buitre negro, el halcón abejero, el águila culebrera, el águila calzada, el águila real y algunas parejas de cigüeña negra. No obstante, el verdadero enclave faunístico se creó artificialmente, cuando, en 1954, las obras del embalse de Borbollón formaron una pequeña isla en cuyo arbolado y construcciones abandonadas han ido nidificando distintas especies
Con estas condiciones, son más de doscientos los vertebrados que viven en la sierra. Los mamíferos de mayor tamaño, aunque ocasionales, son el lobo y el lince ibérico, siendo más frecuentes el meloncillo y la nutria. Entre las aves destaca el buitre negro, el halcón abejero, el águila culebrera, el águila calzada, el águila real y algunas parejas de cigüeña negra. No obstante, el verdadero enclave faunístico se creó artificialmente, cuando, en 1954, las obras del embalse de Borbollón formaron una pequeña isla en cuyo arbolado y construcciones abandonadas han ido nidificando distintas especies. Primero fueron las cigüeñas blancas; pero no tardaron en llegar ardeidas, garzas reales, garcillas bueyeras, garcetas comunes, milanos negros y gorriones morunos. Y, en otoño e invierno, se cobijan anátidas, grullas, cormoranes, gaviotas, espátulas, cigueñuelas, avocetas, agujas, agachadizas…
Su historia, sus pueblos
Los primeros restos arqueológicos hallados en la sierra proceden del 3.000 a.C., aunque nómadas cazadores y recolectores debieron utilizar Sierra de Gata como paso entre ambas mesetas. Posteriormente, se produjo la ocupación de varias zonas elevadas, dado que permitían un mejor control del territorio. Así, en lugares como Santibáñez, Dehesa Alta de Perales, Sierra de Santa Olalla o San Martín, se han encontrado menhires y estelas funerarias. La extracción de oro y estaño permitió el establecimiento definitivo de algunos pueblos que diseñaron enterramientos en dólmenes, como los de Hernán Pérez, y poblados amurallados como El Castillejo, en Villasbuenas de Gata. La Edad del Hierro consolidó los castros, donde vivían pueblos pastoriles y guerreros, como lusitanos y vetones.
Su particular configuración, en la que han crecido hasta veinte pueblos, le permite gozar de un clima benigno, con una temperatura media anual de trece grados. Además, ejerce de barrera ante los "aires de Portugal", como se conoce popularmente a los vientos húmedos del Atlántico que traen lluvias abundantes
La belicosidad de estos pueblos requirió la presencia del mismo César, en 68 a.C., dirigiendo varias campañas de hostigamiento, que culminaron con la adscripción a la provincia Lusitania, con capital en Mérida en el año 27 a.C. Los nuevos asentamientos viven de la agricultura y la ganadería, beneficiándose el comercio del paso de la Vía Dalmacia, que unía Caurium (Coria) y Mirobriga (Ciudad Rodrigo). La implantación del cristianismo creó sendas diócesis en las villas citadas, aunque la invasión musulmana, en el 711, y la toma de Coria en el 750, cambió la vida gateña. En esos momentos, la sierra cobró importancia estratégica al configurarse como un destacado bastión de la resistencia en el que se creó una red de fortificaciones militares siguiendo rutas y pasos: San Juan de Máscoras, Almanara, Trevejo y Eljas.
Las luchas finalizaron con la toma definitiva de Coria y Alcántara, en 1213, a cargo de Alfonso IX, quien fijó la frontera portuguesa. Las fortalezas estaban en manos de lasórdenes militares, como templarios, hospitalarios y, sobre todo, la Orden de Alcántara, (heredera de la primitiva Orden del Pereiro) cuyos intereses económicos desataron intrigas y luchas nobiliarias entre los siglos XIV y XV.
Hoy, se conservan vestigios de las de San Juan de Máscoras (hoy, Santibáñez el Alto), Almenara, Trevejo, Eljas y Salvaleón (esta, en Valverde del Fresno) y atalayas menores como La Milana, en Moraleja. De ellos, el de Trevejo, ya desmochado, aún vigila las sierras de Garduño, San Pedro, Albilla y Cachaza, y, a sus pies, un mar de viñedos, olivos, robledales y pastos. Su origen musulmán, del siglo XII, se esconde bajo las ruinas de la fortaleza levantada a finales del XV por los caballeros de San Juan de Jerusalén, aunque también refugió a santiagueses y alcantarinos, mientras, a sus pies, la iglesia de San Juan protege una docena de tumbas arrancadas a la roca viva.
Quién sabe si, en tierras tan lejanas, los serragateños conservaron su propio dialecto, aquel que se creó junto al Jálama o Xálima. Fala mezcla o transición entre el galgo-portugués, el astur-leonés occidental y el castellano, del cual se distingue el lagarteiru de Eljas (As Ellas), el valverdeiru de Valverde del Fresno (Valverdi) y el mañegu o chapurrau de San Martín de Trevejo (Sa Martín de Revellu)
Similares muestras de ese pasado se conservan en pueblos como Gata, villa de arquitectura serrana, empinadas calles y frescas fuentes. Entre el caserío, sobresale la iglesia de San Pedro Apóstol, mientras pinos piñoneros y cedros acompañan el paseo hasta la ermita del Cristo del Humilladero, del XVI, con curiosas pinturas murales. En la zona alta de la villa, parte el empedrado camino del Puerto de Castilla, antigua ruta arriera que lleva a la ermita de San Blas, protagonista de una célebre romería.
Distinto es el sabor que impregna Robledillo de Gata, acaso el más original de los pueblos gateños. Volcado sobre el agreste curso del Arrago, la aldea se aferra a la pendiente ladera entre juegos de luz, pizarra y teja y verdores íntimos. Allí, los bancales de viñedos y olivares compiten con la curiosa planta hexagonal de la iglesia dedicada a la Asunción, y el aroma de rosales y geranios con los olores de establo y de tahona y con el salóndrigo, el húmedo perfume de las bodegas caseras donde se asienta el vino turbio. En el templo, un gran pórtico en rueda y un artesonado mudéjar protegen un San Miguel y un Cristo articulado.
O como el despoblado Salvaleón, allí donde unen sus aguas el Eljas y el Basádiga. Notorio lugar medieval y anterior fortificación semejada con Interannia, el municipio lució el mismo fuero que Coria, concedido por Alfonso IX, hacia 1229. Otro rey, Carlos I la destruyó persiguiendo comuneros, aunque ayudado por las guerras con Portugal, siglo XVI y XVII, en las que fue muy castigada. Acaso, hubo vecinos de la villa entre los setenta y cuatro serragatinos que fueron en las naves que llegaron al Nuevo Mundo, como viajaron Marcos Veas, uno de los fundadores de Santiago de Chile; Pablo Pérez, lugarteniente de Pizarro en el Perú, ambos de Hoyos; o Fray Francisco de Gata, constructor de calzadas y puentes en Filipinas.
Aceite y palabras
Quién sabe si, en tierras tan lejanas, los serragateños conservaron su propio dialecto, aquel que se creó junto al Jálama o Xálima. Fala mezcla o transición entre el galgo-portugués, el astur-leonés occidental y el castellano, del cual se distingue el lagarteiru de Eljas (As Ellas), el valverdeiru de Valverde del Fresno (Valverdi) y el mañegu o chapurrau de San Martín de Trevejo (Sa Martín de Revellu). La lingüística intuye que la primera lengua que se habló en la comarca fue la portuguesa, sobre la que se impuso el leonés occidental. Incógnitas que, de momento, permiten disfrutar con términos como papancia (comilona), engrurubiñarse (entumirse por el frío), brinquiño (flor de color azul y encarnada), pintasilbo (pinzón) y rola o rula (tórtola), o expresiones tales como "no parar en ramo verde".
Las calles de San Martín de Trevejo disfrutan no sólo de este lenguaje, sino también de los serranos entramados de madera y adobe de sus casas y el correr callejero del agua procedente de la rivera trevejana dominada por la cumbre del Jálama o Xálama, nombre que recuerda a Salamati, deidad acuática prerromana que moraba en esa montaña y cuyo recuerdo perdura en la dedicatoria del ara de Villamiel: "fuscus deo Salamati…". Su plaza aglutina singulares edificaciones, destacando el campanario que fue antigua cárcel, el ayuntamiento o la Casa del Comendador, que fue residencia de los últimos comendadores de la Encomienda de Trevejo. Cerca, la iglesia de San Martín de Tours, del XVII, posee tres naves, un retablo mayor del XVIII y tres tablas de Luis de Morales, procedentes del conventual de San Benito.
Y entre calles y plazas, entre valles y montañas, el agua siempre presente en toda la sierra. Cinco valles posee la serranía, todos excavados por su respectivo cauce: el Erjas, el Arrago y las Riveras de Trevejo, de Acebo y de Gata. Cursos que merece la pena admirar desde los ya citados miradores y que alimentan exuberantes paisaje de valles y barrancos, de murados bancales, de laderas de robledal, castaños y pinos, de escobón, brezo y piorno. Y, entre todos ellos, abundantes cepas productoras de los viñus de San Martín y cuatro millones de olivos productores de veinticinco millones de kilos de manzanilla cacereña. Aceituna de aceites dulces, muy suaves, de color amarillo oro, con matices francos y muy limpios, ideales para aliño de ensaladas, guisos y estofados que ofreció a Sierra de Gata, a principios de siglo, un premio a la calidad en la Exposición Universal de París y, según Berjano, bachiller de Trevejo, el nombre de País del Aceite de Oro.
La Ruta Occidental
Tras cruzar la Rivera de Acebo o Cervigona, el desvío de la derecha, lleva a Acebo, a los pies del monte Jálama (1.492 m.) entre huertos, naranjos y limoneros. El tipismo arquitectónico de las calles se adorna con los hacendosos corrillos de mujeres dedicadas al encaje de bolillos. La plaza está presidida por la iglesia de Nuestra Señora de los Angeles (s. XVI), edificio de gran volumen de sillería granítica, elevada torre campanario, bóveda de crucería y retablo mayor clasicista.
Cerca, por la misma C-513, a la sombra del Moncalvo (1.061 m.), está Hoyos, con un buen muestrario de casas serranas y ricos detalles: puertas con arcos de medio punto, ventanas ajimezadas y en ángulo… La parroquial, dedicada a Nuestra Señora del Buen Varón, luce portada románica de la primera mitad del XIII, aunque el edificio, en el que participó el maestro Pedro de Ibarra, puede fecharse en el XVI. El pueblo contiene las ruinas del antiguo convento y hospital del Espíritu Santo (s. XVI), promovido por el indiano Pablo Pérez, y la ermita del Cristo, de fines del XVI.
El Alto de La Atalaya se vuelca hacia las tierras de Trevejo y Villamiel. A la izquierda, la umbría de robles y berrocales de la sierra de Santa Olalla. Al otro lado, Cilleros, donde el sabor añejo se mezcla con vino y construcciones tradicionales, como el ayuntamiento (s. XVIII), sito al lado del campanario, independiente del templo de Los Apóstoles (s. XVI). Cilleros da acceso a Portugal por tierras de Monfortinho.
Mas, la C-513, por la derecha, sube hacia Villamiel, pueblo de estrechas calles, punteadas por la casa del deán José de Jerez (s. XVII) y la iglesia de Santa María Magdalena (s. XVI), cuyas paredes enseñan juiciosas sentencias. De Villamiel, se va a Trevejo, mínima y pétrea aldea cuyas casas, bajo la fortaleza, se mimetizan con el entorno. La sobria iglesia de San Juan Bautista (s. XVI) tiene una espadaña exenta que, quizás, sea una antigua defensa del castillo. Alrededor, las rocas tallan una docena de tumbas antropomorfas. Desandando lo andado, entre castaños, se alcanza Val de Xálima y se desciende a San Martín de Trevejo, donde el agua corre las calles.
Eljas conserva la arruinada fortificación árabe que reconstruyó la Orden de Alcántara en el siglo XIV. Compite con el templo de la Asunción, con bella portada gótica del XV, y la ermita de la Divina Pastora (s. XVIII), escenario de una célebre romería en las arboladas laderas del Jálama. La sierra de Eljas se ha cubierto siempre de vida lagarteira, de pasos contrabandistas y de veredas ganaderas, dando nombre a barrocus, canchus, cancheiras, fontis, churrás, barreiras y llanás. Y de leyendas, como en As Torris, donde el castillo de Rapapelo dio refugio a Fernán Centeno el Travieso, indómito caballero que señoreó estos pagos en el siglo XV.
Desde Eljas, se divisa Valverde del Fresno, el pueblo serrano más vinculado a la frontera. Fue aduana de 1575 a mediados del siglo XIX, mas el comercio atravesó múltiples veredas y rutas del término municipal. En la plaza del Fuerte, se alza la iglesia de la Asunción, con nave del siglo XV, cabecera del siglo XVI y campanario a los pies. Valverde es el punto más occidental de la Sierra de Gata, cuyas cumbres, hacia el oeste, limitan con la Malcata portuguesa.
La Ruta Oriental
Desde Coria, la C-526 alcanza Perales del Puerto, primer pueblo serrano, por cuya calle Derecha discurre el cordel de ganados que, desde Alcántara, se dirige a Castilla, es decir, a las tierras de la sierra norte, hacia Salamanca. La misma vía lleva al paraje conocido como La Fatela, donde se cruza la C-513 que, en dirección a Hervás, atraviesa brezales, pinares y olivos hasta llegar a Villasbuenas de Gata. Allí, varias recias casas de granítica cantería, decoradas con esgrafiados, rodean la iglesia dedicada a Nuestra Señora de la Consolación (s. XVI). La carretera continúa entre robledales, cercados ganaderos y olivares, dejando a la derecha el cruce que lleva al embalse de Borbollón, destacado enclave ornitológico.
Un poco más allá, a la izquierda, sale la carretera hacia Torre de Don Miguel, lugar de célebres balcones y fachadas blasonadas donde imprimió su huella Pedro de Ibarra, autor de la iglesia de la Asunción y de la ermita del Cristo. Los arcenes se llena de madroños, alcornoques, cerezos y brezales en el ascenso a La Cruz de Piedra, mirador natural en el collado que da acceso al valle de la Rivera de Gata, donde, a los pies de Las Jañonas (1.367 m.), crece la villa de Gata, protegida por La Almenara.
De regreso a la C-513, no es difícil encontrar, a la derecha, el camino vecinal que, poblado de robles, sube a Santibáñez el Alto, aunque, en el medievo, recibió el nombre de San Juan de Máscoras. Medievales son las seis torres semicilíndricas y las dos puertas que conforman el recinto amurallado, aunque posee otros destacados monumentos, como la iglesia de San Pedro, con portada gótica de fines del siglo XV, la ermita del Cristo (s. XVI), y el rollo jurisdiccional (s. XVI).
La C-513 continúa hasta la Peña del Fraile, desde donde parte, a la derecha, la carretera a Pozuelo de Zarzón y, a la izquierda, se adentra en el valle del Arrago. El mismo camino enlaza con la C-512 y alcanza los pueblos de Hernán Pérez, Villanueva de la Sierra y Torrecilla de los Angeles, rodeados de olivares en el límite con Las Hurdes. En el valle del Arrago, se aparece Cadalso, con iglesia dedicada a La Concepción (s. XVI), de portada granítica y aspecto de recia fortaleza con su garita, y Casa del Rey, construcción blasonada en la que debió alojarse Alfonso XI durante sus cacerías.
El valle se va estrechando paulatinamente, mientras remonta el curso del Arrago, a la salida de Cadalso entre olivos, huertos, pinares y encinares. Al final, aparecen Descargamaría, lugar de buenos vinos mencionado por Miguel de Cervantes en "El Licenciado Vidriera", y, tras cruzar el río a la altura de su piscina natural, Robledillo de Gata. El caserío, de tonos terrosos y rojizos tejados, escala la pendiente y busca el río entre bancales, viñedos y olivares. Allí, la hexagonal iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción (s. XVI) enseñorea un alto pórtico columnado, compitiendo en atracción con la ermita del Cordero, (s. XVI), con cubierta de artesonado mudéjar, el Cristo del Humilladero (s. XVI) y la cercana San Miguel de las Viñas (s. XVII).
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