10.11.08

LAS CARANTOÑAS (Por Salvador Calvo Muñoz)








Salva, he encontrado en internet esto,me parece interesante y por eso lo copio,sino estas de acuerdo pide al administrador que lo borre.Buscando a Plubio Hurtado he llegado aqui hay mucho más pero és muy largo, el enlace és este
www.dipalme.org/Servicios/Anexos/anexosiea.nsf/VAnexos/IEA-RP3-C16/$File/RP3-C16.pdf


Recogemos, a continuación, los aspectos más relevantes al caso que nos ocupa de la
descripción realizada por Calvo Muñoz, S., La villa de Acehuche y su término, Ed. Ayto.
de Acehuche, Cáceres, 1996, pp. 85-88:
“ Creo recordar, y así me lo confirman mis mayores, que por aquel entonces (década
de los cincuenta) solían vestirse las pieles no más de seis u ocho hombres (...). Me consta
que los que se vestían de carantoña eran hombres ya maduros, la mayoría de ellos por
promesa al santo y tal vez alguno lo hiciera de forma esporádica. También me consta que
algunos años hubo verdadera penuria de carantoña y que algún mayordomo se vio en
apuros y hubo de “animar” a algún acehucheño para que se cubriese de pieles y careta
y así no verse con una mayordomía con escasez de carantoña.
Solemnemente se reunían las carantoñas en la Plazuela de la Iglesia y en todo momento
representaban su papel con gravedad y firmeza, sin que su presencia fuese caso de
burla o motivo de chanza. (...)
Santa Misa. A un lado y otro de la puerta de la Iglesia se alineaban los escopeteros,
los cuales en el momento de aparecer el santo en andas, disparaban al aire, más o menos
al unísono, sus cartuchos de pólvora y papeles. Tal sucede hogaño. Pero a diferencia de
aquellos tiempos de D. Publio los escopeteros seguían y siguen, haciendo fuego por cada
esquina que doblaba la imagen del patrón. (...)
Las carantoña de dos en dos delante del santo, haciendo cada pareja parada y reverencia
alternativa a la imagen. (...) Loa ferviente como siempre (en la puerta de la casa
del Mayordomo).
San Sebastián ya en la Iglesia y las carantoñas danzaban al son del tamboril con las
muchachas vestidas de bayeta. Aparecía la vaca-tora y sin demasiados aspavientos ponían
fin al rito matinal. Serena y plácidamente las carantoñas regresaban a su punto de partida.
Amén y hasta otro año. Convite en casa del mayordomo y luego el ir y venir de siempre.
Mucho que ver con la fiesta descrita por D. Publio, pero con considerables diferencias.
Nada del “cuchillo” de entonces sino una rama barroca de acebuche, tal que hoy.
Supongo que más romero, confetis y papelinas, y desde luego carantoña mucho más formales
que aquellas alocadas que se revolcaban en los charcos o manifestaban intenciones
obscenas y soeces.
Del Galán y la Madama para qué hablar. Ya se encargó D. Lorenzo Díaz de mandarlos
a peor vida (la del olvido), aunque de la carantoñina algo me suena y no sé bien
qué es.”
Posteriormente Salvador Calvo Muñoz continúa disertando sobre una posible interpretación,
desacorde con la de Publio Hurtado. Así, dice:
“Si se me permite la osadía yo no relaciono a los hombres cubiertos de pieles con
ningún rito religioso (martirio del santo) del Nuevo ni del Antiguo Testamento (la Creación).
(...) ¿qué significa el acto de un hombre que cubierto de pieles intenta emular a sus
compañeros irracionales?... Bueno, como quiera que fuese el origen de las carantoñas se
nos pierde en la noche de los tiempos. (...) El cristianismo las absorbió y gracias a él se
salvaron y no me explico cómo aguantaron durante siglos la amenaza latente del temido
y famoso Tribunal del Santo Oficio. El caso es que nada pudo con la tradición que hace
que un acehucheño, uno o dos días al año, se identifique con la Naturaleza.”
Para el siguiente apartado dejamos el análisis de las variadas interpretaciones que
ambos autores manifiestan, cerrando este epígrafe con mi propia descripción del festejo,
tal y como puede observarse en la actualidad.
El primer acto es el novenario, celebrado en horario de tarde en la iglesia parroquial,
terminando el día 18. El día 19, a media mañana, sale el mayordomo con amigos, familiares
y vecinos voluntarios, todos hombres, a la finca el Piojo a recoger el romero. Salen
de la plaza donde empiezan a tirar cohetes. Pasan la mañana, llenando los remolques de
tractores de esta planta aromática que se esparce por el suelo de las calles que atraviesa la
procesión. Dos sitios fijos para el romero: la plaza de la iglesia y la puerta del mayordomo.
Juntos comen en el campo, haciendo una hoguera donde se asa carne, regada con vino
del país, a cargo de la cofradía. Al regresar, las mujeres ya tienen al santo preparado en
las andas, para que dos o tres hombres le coloquen el ramo de laurel y las naranjas para
la procesión del día siguiente. Acto seguido, se reparten los haces de romero dejando un
montón en la puerta del mayordomo y otros en la puerta de la iglesia.
A media tarde, se va a por el tamborilero, que actualmente no hay en el municipio.
El mayordomo va hasta Portezuelo a esperarlo y recogerlo, dado que viene desde
Montehermoso. Juntos se dirigen al pueblo, donde en el lugar conocido como “El Gorrón
Blanco” están los vecinos preparados para el recibimiento. Allí, el tamborilero empieza
a tocar yendo en dirección a la villa, mientras las mujeres bailan y los hombres tiran cohetes.
En el municipio se recorren todos los bares. Al finalizar por la noche, el mayordomo ofrece un convite en su casa. Luego, si hay ganas se continúa con el tamborilero por las calles
del pueblo.
El día 20, a las 6 h, se realiza la alborá. El mayordomo, acompañado de amigos y
familiares y al son de la flauta y el tamboril, va a recoger a sus casas a los hombres que
se visten de carantoña, que actualmente rondan la treintena, mientras tiran cohetes. Paralelamente,
las mujeres van al polideportivo a preparar el convite. Al llegar a la casa del
mayordomo, aproximadamente a las 7’30 h, se hacen migas con café para las carantoñas
y acompañamiento. Acto seguido, se deshacen los haces de romero repartidos el día anterior.
Las mujeres, tras la preparación del convite, se van a casa de la mayordoma para
engalanar los balcones con colchas, mantones y bordados antiguos. Aproximadamente a las
9’30 h, las mujeres se van a vestir de bayeta. Paralelamente, las carantoñas van a vestirse
a sus casas.
Una carantoña, tradicionalmente, se viste con seis pieles, de cabra o de oveja, a ser
posible grandes y de pelo largo. En pecho y espalda van “los zamarrones”, dos pieles unidas
con puntadas en los costados, sujetas con la cincha de cuero a la cintura. En los brazos y
en las piernas se colocan las otras cuatro, atadas con cuerdas o gomas. Las botas deben ser
de cuero o piel. La careta, hecha con cartón dejando huecos para ojos, boca y nariz. Se
forra con piel, y se decora con pintura roja, negra, con colmillos, pimientos, orejas de
liebre, pero “nunca cuernos”. Se trata de aparentar una fiera, “que no parezca un ser
humano, sino un monstruo”. Para ello se colocan jorobas y otros elementos deformadores.
El tamborilero se vestía con el traje típico, aunque actualmente viste de calle.
Aproximadamente, a las 11 h, empiezan a salir de las casas las mujeres vestidas de
bayeta y las carantoñas disfrazadas, portando en la mano la “tarma” o “tárama”, un ramo,
terminado en multitud de puntas, de acebuche, olivo silvestre común en la zona y origen
del topónimo del municipio. Todo el pueblo, se reúne en la casa del mayordomo para ir
a mediodía a la puerta de la iglesia para la procesión. Las carantoña empiezan a asustar
a niños y mayores, con aspavientos y movimientos amenazadores. Los tiraores se colocan
a ambos lados de la puerta esperando la salida del santo. Los mayordomos y familiares se
encargan de portar las andas. Al salir por la puerta del templo, se sucede una estruendosa
descarga de salvas de escopeta y lanzamiento de cohetes, mientras las regaoras, mujeres
de todas las edades ataviadas con el traje típico, tiran al santo el confeti y el confite, que
llevan en cestas. Mientras, las carantoñas, en parejas, se colocan a unos diez metros de cara
a la imagen, juntando las cabezas. Dan tres pasos hacia el santo, agachan las cabezas y
dándose la vuelta se separan, yendo a ocupar su puesto tras la última pareja de carantoña.
Se suceden durante todo el recorrido estos “ataques y reverencias”. Los tiraores van de
esquina en esquina a lo largo de todo el recorrido para descargar sus escopetas mientras
se siguen tirando cohetes. Las mujeres van en dos filas custodiando la imagen. La procesión
sale de la iglesia hasta llegar a la casa del mayordomo.
Al llegar a la puerta del mayordomo se descansa la imagen, para que desde el balcón
se “eche la loa”. El mayordomo o algún familiar hace pública la promesa o manda por la
que es mayordomo, dando gracias al santo por el favor recibido. Siempre termina la loa
con un ¡Viva San Sebastián!, salvas, cohetes, confeti y confite. De igual manera se regresa a la iglesia, para la celebración de la misa, últimamente cantada extremeña por un grupo
de mujeres. Mientras se celebra la eucaristía, las carantoñas van al bar a tomar el convite,
refrescarse y prepararse para el siguiente acto. Al salir de misa, las regaoras bailan jotas
al son del tamboril con las carantoñas, en la plaza de la iglesia. Una carantoña se va a
recoger las papas, especie de natillas líquidas que sirve con un cazo a todos los asistentes
y a las propias carantoña. Mientras, continúan los bailes. Algunos años, se vestía a un niño
de carantoña, que se revolcaba por el suelo, siendo el primero en probar las papas.
Mientras se baila y se reparten las papas, llamadas “puches” por Publio Hurtado,
aparece la vaca-tora, que es un hombre con una estructura sobre los hombros, cubierta de
una manta oscura, con cuernos, que se encarga de perseguir a las carantoñas y embestir a
los presentes. Su función es “espantar a las carantoñas”. De hecho, las carantoñas en este
momento se van a sus casas a quitarse el traje.
El resto de asistentes se dirigen al polideportivo municipal, en el que se ofrece una
comida para todos los vecinos y forasteros, con pinchos variados, vino, refrescos, etc. Por
la tarde, comienza el segundo mayordomo a repetir los actos descritos: desde el recibimiento
del tamborilero hasta el convite del polideportivo. Desde hace treinta años, existe este
segundo día para las carantoñas, conocido como “San Sebastianino”.
POSIBLES INTERPRETACIONES
Como ya se ha dicho, bajo este epígrafe realizaremos una aproximación a las interpretaciones
hasta ahora leídas, y añadiremos nuevos datos comparativos.
En primer lugar encontramos la explicación que identifica a las carantoñas con el
martirio de San Sebastián. Según cuenta la leyenda popular, las carantoñas se celebran desde
hace siglos, cuando una epidemia de peste asoló los pueblos limítrofes. “Al darse el primer
caso en el municipio, las autoridades se encomendaron a San Sebastián prometiendo
realizar la representación de su martirio. Por eso las carantoñas se acercan a atacar al
mártir y luego se apartan, haciendo una reverencia”. Otro informante completa esta versión
añadiéndole verosimilitud a través de un acontecimiento probable aunque no probado:
“la peste llegó tras unas inundaciones”. Según esta interpretación, el ritual es una
escenificación martirial basada en escrituras hagiográficas.
Documentemos esta interpretación a través de lo que sabemos de la vida del santo. San
Sebastián, soldado del ejército romano, al que ingresó en el año 269 d.C., fue nombrado
posteriormente jefe de la guardia pretoriana por el propio emperador Diocleciano. Llevado
de su espíritu cristiano fue distinguido por el Papa Cayo como Defensor Ecclesiae por
dedicarse a la conversión de paganos y proteger a sus correligionarios. Denunciado como
cristiano, el indignado Diocleciano lo condenó a ser asaeteado en campo abierto por los
arqueros de Mauritania. Así se hizo y lo dejaron por muerto; por la noche, al ir a recoger
el cadáver una piadosa viuda, de nombre Irene, le halló vivo y llevándolo a su casa le curó
las heridas y el santo mártir curó milagrosamente en pocos días. Entonces se presentó ante
Diocleciano, en la gradería del Templo Heliogábalo (en el Palatino), exhortándolo a dejar
el culto a los falsos dioses. Estupefacto Diocleciano al ver en su presencia al que creía muerto, mandó apalearlo hasta que expirase. Su cadáver, encontrado en la Cloaca Máxima,
fue enterrado en la catacumba que hoy lleva su nombre, y más tarde trasladado a la
basílica erigida en su honor cerca de la Puerta Capena. Murió en Roma hacia el 288. Una
vez muerto, gracias a su intercesión cesó una peste que asolaba a Italia, al erigirse un altar
en su honor en Pavía, en tiempos del rey Gumberto. Debido a ello, se convirtió en santo
sanador de la peste, virtud milagrosa por la que es patrón de multitud de municipios, entre
ellos Acehuche.
Publio Hurtado en su artículo desmiente la creencia popular que identificaba las
carantoñas con los judíos que martirizaron a San Sebastián. Ahora bien, si como una
representación martirial se entiende, ¿qué papel es el de las carantoñas? ¿Animales salvajes
reales, aunque de aspecto indefinido, que intentaron atacar al malherido e indefenso santo
en campo abierto mientras oscurecía?, o bien, ¿bestias metafóricas, sin atributos definidos,
que representan a los verdugos paganos?. Las posibles respuestas sobre el origen del significado
de las carantoñas dentro de esta interpretación pese a ser interesantes no son
consideradas importantes en esta comunicación.
Circulan otras interpretaciones, a nivel menos popular, que sitúan históricamente las
carantoñas antes que San Sebastián, como ritual pagano, relacionado con las Carnestolendas
pastoriles e incluso como rito prerromano. Seguidor de esta interpretación pagana es el
autor citado, Salvador Calvo Muñoz, aunque no la desarrolle suficientemente en su libro.
Los personajes grotescos son una característica constante de las fiestas de Invierno. Estas
representaciones animales abundantes en la geografía nacional dentro de las fiestas anteriores
al carnaval y durante el propio carnaval se caracterizan por llevar un disfraz de animal
más o menos indefinido, normalmente hecho con pieles de cabra u oveja; o bien de abigarrados
remiendos arlequinados. Gorro, careta o máscara en la cabeza, y/o la cara tiznada,
cencerros o cascabeles en pecho y espalda, y una vara flexible o látigo en la mano, que
puede llevar en su punta una vejiga hinchada, o un saquito de ceniza, o una calabaza, con
el que persiguen a la gente, especialmente a las mujeres, intentando golpearles. Citamos,
a continuación, por su relevancia fiestas en las que intervienen botargas similares a las
carantoñas, para ejemplificar lo dicho.
En Malpica del Tajo (Toledo), celebran a San Sebastián con los “moraches”, quintos
a los que la cofradía del Santo proporciona el disfraz. El traje es una especie de mono rojo,
verde y amarillo, con un corazón de tela cosido en el pecho; a la espalda llevan atados dos
cencerros y una careta de plástico les oculta la cara. Como remate un capuchón cubriéndoles
la cabeza. En la mano llevan un largo palo terminado en una especie de porra, que
arrastran por el suelo, y que quieren que represente las que usaron en el martirio del santo.
Lo cierto es que con tales instrumentos persiguen a las chicas y les amenazan con
pegarles. También tienen una participación en los rituales religiosos; así, el día de la víspera
van los quintos a la ermita a buscar al santo. El día siguiente participan disfrazados
en la procesión, rodeando al santo a veces y haciendo ademán de pegarle. No lejos de allí,
en Santa Ana de Pusa, los disfraces que utilizan los mozos son de “perros”. Se confeccionan
con pieles de cabra de color oscuro, cubriéndoles completamente el cuerpo; la cara se
pinta totalmente de negro, y en la mano llevan una bota de vino llena de agua con la que persiguen a las mozas para mojarlas. También participan en la procesión disfrazados de esta
guisa, llevando las andas del santo. En Navalucillos, también provincia de Toledo, los
“marraches”, primos hermanos de los “moraches” de Malpica, recorren las calles del pueblo
gastando bromas y dando sustos a la gente, formando parte de la procesión, unos delante
del santo y otros corriendo a su alrededor y fingiendo golpearle con sus porras. Forman,
así mismo, grupos y cada grupo lleva a uno de ellos disfrazado de vaquilla a la que torean.
Las coincidencias entre estas fiestas y las carantoñas de Acehuche son las siguientes:
• Se celebran en la misma fecha en honor del mismo santo.
• Aparecen hombres disfrazados.
• Dichos hombres recorren las calles asustando a los vecinos.
• Van armados con palos o porras.
• Forman parte de la procesión religiosa.
• En ella, hacen ademán de asestar golpes a la imagen sagrada, renunciando finalmente.
• En sendos casos, aparecen junto a ellos vaquillas simuladas.
Si bien estas características son compartidas, en mayor o menor medida, en multitud
de festejos similares, hemos elegido estos ejemplos “paradigmáticos” por encontrar paralelismos
importantes para ilustrar la fiesta de la que hablamos.
La interpretación de las carantoñas como botargas carnavalescas, según algunos autores,
se fundamenta en antecedentes como las fiestas romanas de invierno: las Lupercales y las
Saturnales. “En las primeras, unos jóvenes semidesnudos, los lupercos corrían por las calles
con látigos hechos de tiras de piel de cabra, azotando con ellos a los transeúntes; especialmente
las mujeres no debían apartarse del castigo, pues era expresamente un ritual para
propiciar la fecundidad. Se estima como posible etimología del nombre de dicha fiesta el
término latino “lupus”, lobo, que, por otra parte, en la mitología popular desde la antigüedad
ha estado ligado a la Luna. Según algunos defensores de esta interpretación, la
festividad de San Sebastián se festeja dentro del período en que se celebraban ritos lunares
y solares, relacionados con el solsticio de invierno y el novilunio. Por su parte, las
Saturnales era una fiesta de inversión, un período en el que las categorías sociales se volvían
cabeza abajo: el esclavo se convertía en señor, y el señor en esclavo. En esta línea
interpretativa la vaquilla, (encarnada en las carantoñas por la vaca-tora), llega a ser presentada
como una reminiscencia del “taurobolio”, práctica ritual similar al bautismo de
sangre, celebrada durante la estación invernal por las Legiones romanas en el ocaso del
Imperio.” (del Arco, E. y Padilla, C. (coord.), España: Fiesta y Rito, Ed. Merino, Madrid,
1994.)
A MODO DE CONCLUSIÓN
Lejos de todas estas interpretaciones, especulativas en mayor o menor grado, que buscan
los posibles orígenes, más o menos lejanos, la intención de este artículo es enmarcar a las
carantoñas etnográficamente dentro de la categoría de representación de animales irreales
o figurados híbridos. Esto es, fieras corrupias que por sus atributos no se identifican con animales conocidos ni tampoco con animales mitológicos, propios de representaciones
legendarias, sino más bien encarnadores de una identidad genérica, que podríamos englobar
bajo la denominación de “bestia”, y que simbolizan en último término los temores
abstractos de una determinada cultura.
Es por ello que los atributos que caracterizan el disfraz de una carantoña sean los
propios de su cultura, de su entorno. La impresión cuando se observa cara a cara por
primera vez a una carantoña es la de encontrarse ante un híbrido de oso y de lobo, pese
a que sus pieles suelen ser de cabra o de oveja. Es evidente que dichos animales nos infunden
temor hoy en día, y por tanto con más razón antaño, y que son dos de los principales
animales salvajes que podemos encontrar en la Península Ibérica, a falta de otro tipo
de fieras. La figuración de la “bestia”, como la hemos llamado anteriormente, tiene por
tanto que tener su referente real en el entorno de la sociedad que construye su imagen. Para
completar esa construcción se la anima, a través del hombre disfrazado, y se la arma, no
con una espada, sino con un simple palo con infinidad de puntas, afirmando así su peligrosidad
y natural fiereza. Su cabeza, cubierta íntegramente por una grotesca careta, muestra
amenazadores colmillos blancos, normalmente de jabalí, y pequeños y afilados pimientos
rojos, que bien pueden interpretarse como colmillos ensangrentados.
Bien sean para representar el martirio de San Sebastián, bien reminiscencias de remotos
rituales paganos, es evidente que, hoy por hoy y tras la desaparición de elementos festivos
tan singulares y significativos como el galán, la madama y la carantoñina, el resultado
final no es el de una botarga carnavalesca traviesa y juguetona ni tampoco el de un
espantapájaros de animal pusilánime que provoca risa, sino el de un animal fuerte y digno
de ser temido.
Expuestas las diversas descripciones, tomadas personalmente por tres observadores con
una diferencia de medio siglo aproximadamente entre cada una de ellas, comparadas con
otros rituales contemporáneos similares y enunciadas las posibles interpretaciones populares
o eruditas, esperamos haber ofrecido una visión, siempre inconclusa, de las carantoñas
de Acehuche, celebración que en la actualidad es el ejemplo más relevante de las representaciones
de animales irreales híbridos en el calendario festivo de Extremadura.
BIBLIOGRAFÍA
CALVO MUÑOZ, S.: La villa de Acehuche y su término, Ed. Ayto. Acehuche,
Cáceres, 1996.
DEL ARCO, E. y PADILLA, C: (coord.), España: Fiesta y Rito, Ed. Merino, Madrid,
1994.
HURTADO, Publio: “La “Carantoñada” de Acehuche”, en Revista de Extremadura,
núm. LXVII (primera época), Cáceres, 1905.
MARCOS ARÉVALO, J.: Fiestas populares Extremeñas, Cuadernos populares, núm.
1, Editora Regional de Extremadura, Badajoz, 1984.

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